Morí Mil Veces y Aquí Estoy
El eco de los aplausos aún vibraba en el aire, un murmullo cálido que se aferraba a las paredes del Estadio Nacional, un lugar habituado a gestas deportivas, pero que ayer, 14 de marzo, a las 18:00 horas, se había vestido de gala para celebrar una victoria diferente, una victoria escrita con tinta y corazón: la presentación del libro "Morí mil veces y aquí estoy".
Para el autor, la noche era un crisol de emociones. Cada apretón de manos, cada mirada cómplice, cada palabra de aliento era un bálsamo para las heridas invisibles que habían nutrido las páginas de su obra. Recordaba las noches en vela, la lucha contra el folio en blanco, las dudas que lo asaltaban como sombras persistentes. Recordaba las "mil veces" de las que hablaba el título, las veces que sintió que la historia se le escapaba entre los dedos, que las palabras se negaban a danzar al ritmo de su alma.
Pero allí estaba, rodeado de rostros expectantes, de amigos, familiares y lectores curiosos, todos unidos por la promesa de un relato que resonaba con la fragilidad y la fortaleza del ser humano. El vino de honor, de un color rubí intenso como las emociones de la noche, circulaba entre los invitados, desatando conversaciones susurradas y risas suaves. Cada sorbo era un brindis silencioso por la perseverancia, por la valentía de exponer las propias cicatrices en un ejercicio de vulnerabilidad compartida.
El momento cumbre llegó cuando el autor tomó la palabra. Su voz, aunque teñida de una emoción palpable, resonó con fuerza en el espacio. Habló de las caídas y los levantamientos, de la oscuridad que precede al amanecer, de la certeza de que incluso después de la más profunda noche, siempre hay una luz esperando. Sus palabras no eran solo la presentación de un libro, sino un testimonio vivo de la resiliencia del espíritu humano, un faro para aquellos que también habían sentido morir un pedazo de sí mismos en el camino.
Luego vino el ritual íntimo de la dedicatoria. Cada libro entre sus manos era un puente hacia otra alma. En cada firma, en cada breve intercambio, se tejía un lazo invisible entre el creador y el lector. Las palabras escritas en la primera página no eran meras formalidades, sino ecos de la conversación que se había gestado en las páginas del libro, un fragmento de la experiencia compartida.
Al final de la velada, mientras los últimos invitados se despedían bajo el cielo estrellado de Ñuñoa, el autor sintió una profunda sensación de plenitud. Las "mil veces" que habían dado título a su libro no eran un lamento, sino la prueba irrefutable de su capacidad para renacer. La presentación no había sido solo un evento, sino una celebración de la vida, de la lucha constante y, finalmente, del dulce sabor del éxito compartido. En ese instante, en el corazón del Estadio Nacional transformado en templo de las letras, supo que cada una de esas "veces" lo había traído hasta este glorioso "aquí estoy".
Agradecimientos A mis abuelos maternos, en primer lugar, de los cuales seguro recibí los aromas de la pampa salitrera y del desierto, lugar que amé y aún amo. A mis abuelos paternos porque me dieron un padre que, a pesar de una vida dura y difícil, supo enfrentarse a la vida recorriendo vericuetos intrincados. Él no solo logró hacerse cargo de dos hermanos si no que, junto con su compañera de toda la vida, construyeron la familia a la cual pertenecí y a la cual pertenezco en los recuerdos. Mi abuelo materno y mis padres me enseñaron a ver el mundo de modo diferente e interpretarlo desde un lado más humano y a intentar cambiarlo. A mis hermanos, de los cuales siempre tomé de ellos su saber y me lo regalaron sin egoísmo. A mi compañera de toda la vida: por su espera diaria en las afueras del estadio aguardando mi salida, por su compañía en la lucha de cada día por ser ingeniero, sin la cual aquello hubiera sido difícil, por su presencia permanente compartiendo los mismos sueños. Por sembrar semillas juntos y hacerlas crecer. Por empujarme a seguir escribiendo cuando el dolor quería impedirlo. A mis hijos por entender la vida desde lo humano y jugárselas por hacerla mejor. A mis nietas que mejoran con creces mi vida. Este libro no sería posible sin tantos y tantas que han poblado mi vida. A mis profesores de preparatoria y humanidades, también a los de “La Escuela”, a mis compañeros de la universidad. A los muchos compañeros del estadio que siempre tenían una palabra de aliento, un apretón de manos, un guiño, lo que me permitió sobrellevar de mejor manera el encierro, a los que cantaron, a los que gritaron el gol y a los que lloraron por la penas propias y ajenas. A todas y todos los que nos esperaban fuera de estadio, lo que nos hacía sentir que no estábamos solos. Por su valentía y coraje. A mis amigos de la legalidad, de la “clandesta” y, de nuevo, de la legalidad. A Juanita Gana quien con mucha paciencia leyó, comentó y revisó cada uno de los párrafos de cada relato, también me instó a no decaer cuando el relato se me hacía muy denso. A todas aquellas personas que leyeron algunos relatos y me enviaron comentarios instándome a escribir este libro. Gracias a la vida que me ha dado tanto, como dijera Violeta.
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