Manuel Méndez
La placa conmemorativa, instalada en el mismo lugar donde Manuel dedicó tantos años de su vida, es un símbolo de gratitud y respeto. En la ceremonia de inauguración, el presidente Gabriel Boric y otros dignatarios destacaron su invaluable contribución a la memoria histórica de Chile. “Manuel no solo fue un sobreviviente, sino un faro de luz y esperanza para todos nosotros”, expresó el presidente1.
El legado de Manuel Méndez perdurará en cada rincón del Estadio Nacional, en cada relato compartido y en cada corazón tocado por su historia. Su dedicación y entrega nos recuerdan la importancia de mantener viva la memoria, de honrar a quienes sufrieron y de trabajar incansablemente por un futuro más justo y humano.
Que en paz descanse, Manuel Méndez Ulloa. Tu memoria y tu ejemplo seguirán inspirándonos siempre.
Los pasillos y camarines del Estadio Nacional de Chile, utilizados como centro de detención en 1973, son testigos silenciosos de un oscuro capítulo en la historia del país. Rodeando el coliseo, estos pasillos conducen a los 28 camarines donde se recluyó a la mayoría de los detenidos. En cada camarín, se estima que se mantenían al menos 100 hombres, en condiciones de hacinamiento extremo.Al principio, se intentó clasificar a los detenidos según su supuesta peligrosidad o condición social. Existía un camarín “VIP” para dirigentes de la Unidad Popular, académicos, líderes estudiantiles, políticos y periodistas. Las mujeres detenidas fueron recluidas en un camarín hasta el 26 de septiembre, cuando fueron trasladadas a la piscina. También hubo un camarín para detenidos extranjeros, aunque eventualmente fueron dispersados en varios lugares.
La vida en los camarines era extremadamente dura. Los detenidos pasaban día y noche apretados sobre baldosas frías, incluso en los baños, que estaban inundados de desechos humanos. Las frazadas, una por persona, apenas mitigaban el frío y la humedad. Algunos detenidos juntaban sus frazadas para crear una superficie más cómoda y compartir el calor humano.
La seguridad era estricta: las puertas de los camarines se cerraban con cadenas y candados, y se colocaban ametralladoras en las entradas. Por las noches, los militares pasaban lista para informar quiénes serían interrogados al día siguiente. A menudo, los detenidos regresaban en malas condiciones o no volvían, ya sea porque habían sido trasladados a otro lugar o ejecutados.
A pesar de las duras condiciones, hubo momentos de humanidad y solidaridad. En el camarín número 3, el sacerdote Enrique Moreno Laval celebró una misa, compartiendo el pan de la comunión tanto con prisioneros como con conscriptos. Este acto de fe y esperanza es uno de los recuerdos más emotivos de aquellos días
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